Viaje a la furia de un volcán y al olvido de los hombres

Por Jorge Manrique Grisales
Docente de la Universidad Javeriana de Cali

Foto Jorge Manrique Grisales

Para los 25 mil habitantes del Armero, en el departamento del Tolima, todo terminó a las 11:30 de la noche del miércoles 13 de noviembre de 1985. Para el resto de Colombia y para las nuevas generaciones ese día comenzó una monumental tarea: no dejar que Armero muera en el olvido.

Fue por esta razón que treinta años después que la muerte se descuajara en forma de avalancha, le propuse a mis estudiantes y al profesor Mauricio Hernandez que nos pusiéramos en la tarea de ir hasta allá e investigar lo que había pasado en tres décadas donde el lamento por Armero se escucha cada 13 de noviembre.

Había que preparase no sólo para el viaje al valle de Armero sino también a la memoria y al corazón. Este fue un hecho que traumatizó y dolió a los que sobrevivieron y a los que en calidad de periodistas tuvimos que contarle esa triste historia al mundo.

Ahora, como profesor de periodismo, había que enfrentar nuevamente esa vieja deuda con la memoria. Mis estudiantes no habían nacido cuando ocurrió la tragedia y les causaba una mezcla de curiosidad y asombro todo aquello que el profe les había puesto a leer sobre una “ciudad blanca” llamada Armero que un día fue arrasada por la furia de un volcán.

Primero los datos

El último día de Armero en presentación multimedia

Con los años, la información sobre Armero ha crecido exponencialmente en la red y este año, 2017, se anuncia el estreno de una película. Hay de todo y eso complica la tarea de saber lo que es realmente valioso. Ese fue el primer desafío para los estudiantes de la asignatura de Periodismo Electrónico de la Pontificia Universidad Javeriana del semestre 2015-2.

Los muchachos encontraron de todo y la tarea del docente consistió primeramente en ayudarles a limpiar “la basura” para que los datos importantes fueran emergiendo. Nuevas miradas, organizaciones como Armando Armero y personajes perdidos en la maraña del tiempo volvieron a aparecer como fantasmas del pasado (el alcalde, el cura, el pregonero del pueblo, el comandante del Cuerpo de Bomberos, etc).

Era necesario explicar documentos, libros y otras piezas audiovisuales que surgieron. El tiempo había pasado y era necesario confrontar el pasado con el presente. Para eso estaban allí, los estudiantes, con sus preguntas y su escepticismo para mirar historias como la de miles de niños desaparecidos y entregados en adopción, “vía express”, por el Instituto Colombiano de Bienestar Familiar a extranjeros que llevaban meses y hasta años esperando adoptar menores colombianos.

También supieron de la historia de un profesor de El Líbano, Tolima, que había alertado, con mucha anticipación, a los alcaldes de la zona acerca de lo que podía pasar con el río Lagunilla si el volcán Nevado del Ruíz hacía erupción.

Las tareas se dividieron y comenzaron a trabajarse varios frentes, incluida la mirada psicológica a las implicaciones de la tragedia en los sobrevivientes, teniendo en cuenta que en la clase de Periodismo Electrónico había tres estudiantes de Psicología que inscribieron la materia como electiva.

Alianza informativa con El Espectador

En interés puesto por la clase hizo que se contemplara la posibilidad de realizar un especial multimedia con el periódico El Espectador, que se mostró interesado en el proyecto y puso a disposición del equipo todos sus archivos. En tres ocasiones se hicieron reuniones con el editor del diario, Jorge Cardona, y la coordinadora de la versión digital del periódico, Catalina González, para discutir enfoques y recursos multimediales que tendría el “especial de Armero” como empezó a denominarse el proyecto.

Gracias al concurso del profesor Mauricio Hernández se montó una plataforma virtual para el montaje de las piezas de la investigación (textos, fotos, infografías, videos). De igual forma, se invitó a participar en el proyecto a los estudiantes Daniel Sánchez, de la carrera de Diseño de Comunicación Visual, y Lina Hincapié y Natalia Vivas, de Comunicación, por su experiencia en diseño y reportería gráfica, respectivamente.

A través de esta plataforma virtual se mantuvo un diálogo permanente con El Espectador, asumiendo el equipo de la Javeriana Cali la totalidad de los contenidos y el diseño básico del proyecto.

Se fijó el jueves 29 de octubre de 2015 como la fecha del cierre editorial y de diseño pues la idea del El Espectador era que el producto circulara una semana antes de la conmemoración de los 30 años de la tragedia de Armero.

Viaje a la memoria

Las actividades de la clase se encaminaron a la documentación y a la identificación de puntos de interés que apoyaran el trabajo de campo que se planeó para el mes de septiembre. La Universidad facilitó el transporte y los estudiantes asumieron los gastos de alojamiento y alimentación.

El viernes 4 de septiembre se dio inicio a la tarea de confrontar sobre el terreno las historias que se habían documento hasta ese momento. Todos los miembros del equipo leyeron el libro No íbamos para Armero, del geólogo residente en Canadá Víctor Hernán Cubillos, uno de los sobrevivientes de la catástrofe y quien para la época de los acontecimientos era estudiante de Geología de la Universidad de Caldas. Los estudiantes tuvieron la oportunidad de observar una extensa entrevista que el profesor Manrique le realizó al personaje en Manizales aprovechando que se encontraba en Colombia para el lanzamiento de su libro.

Eran exactamente las 12 de noche cuando el vehículo con el grupo de estudiantes de la Javeriana atravesó el camposanto de Armero. Así se los hice saber cuando en medio de la noche emergieron, alumbradas por la luna llena, las fachadas de las pocas casas que quedaron en pie luego del paso de la descomunal bestia que se tragó a Armero el 13 de noviembre de 1985.

La cordura pudo más que el impulso de algunos de echar pie a tierra para hacer fotos nocturnas. “A esta hora es mejor dejar tranquilos a los muertos… Recuerden que aquí reposan los restos de 25 mil personas”, les dije. Esas palabras les llegaron hondo y en silencio continuamos el viaje hasta Mariquita donde teníamos previsto dormir.

En calidad de responsable de la excursión pregunté a todos si necesitaban algo. Creamos un grupo en Whatsapp y nos despedimos. No sé cuánto tiempo durmieron, pues sentí el WS vibrar toda la noche. “No olviden poner a cargar las baterías de sus cámaras”, escribió Lina Hincapié.

Grupo de estudiantes que realizó el proyecto Armero, ecos de una tragedia

A las seis de la mañana todos estaban listos para salir a desayunar en una cafetería que quedaba justo al frente del hotel. Nuestro conductor ya estaba en eso cuando llegamos. Huevos, caldo con costilla, pan mariquiteño, café y mucho tinto para despabilarse.

El sol ya comenzaba a acosar cuando abordamos el vehículo. Mucho verde a lado y lado de la carretera y después colores tierra fueron dominando el paisaje.

Retazos de un pueblo

Un golpe de aire cálido nos golpeó cuando entramos a Armero. Silencio, gallinazos disputándose los restos de algo y un hombre parado al lado de la carretera con algunos CDs en la mano. Dijo llamarse Omar Aragón. Recitaba de memoria los trozos de un relato antiguo que hablaba de un pueblo tragado por una avalancha. Después de escucharlo un rato, lo invitamos a que nos acompañara y nos siguiera hablando de las calles, la gente, los almacenes, las iglesias y, por supuesto, de Omaira, en quien los estudiantes habían puesto sus expectativas por saber sobre su vida y su muerte.

Armero se fue metiendo en las cámaras fotográficas, en los pensamientos, en las vidas de los muchachos que observaron asombrados la colosal piedra que trajo la avalancha y que quedó sembrada en la mitad del pueblo como una impronta de muerte y destrucción. Allí estaban escritos con pintura trozos del libro Armero, un luto permanente, de Luz García, una sobreviviente.

Foto Natalia Vivas

El santuario de Omaira Sánchez, nos sobrecogió a todos. La mayoría recorrió en silencio el lugar plagado de imágenes religiosas, muñecas y miles de placas de agradecimiento por favores recibidos.

Árboles incrustados en las ruinas del hospital San Lorenzo y colonias de murciélagos despertados por los flashes de las cámaras nos despidieron del reino del olvido en que se convirtió Armero.

Sólo estábamos a la espera del conductor y de Luisa Fernanda Pérez quien había ido hasta la vecina población de El Líbano a desenterrar los secretos del profesor Fernando Gallego, quien se cansó de decirles a las autoridades de la región que Armero iba a desaparecer a causa de la actividad del volcán nevado del Ruíz. Trajo en su cámara y sus manos copias de documentos que la hermana del docente amablemente puso a disposición de la investigación.

Rumbo al volcán y sus misterios

Gracias a la disposición del conductor del vehículo, decidimos regresar por Manizales y pasar, en primera instancia, por el páramo de Letras desde donde son visibles dos estructuras volcánicas: Cerro Bravo y el Ruíz.

Cerca de las cinco de la tarde el Ruíz estaba despejado y pudimos observar y fotografiar su fumarola. A pesar de estar a más de 4.000 metros sobre el nivel del mar, todos estábamos en camisetas y en modo fotógrafo para aprovechar al máximo la luz del día y las condiciones atmosféricas favorables.

A pesar de no haberlo previsto, les propuse a los estudiantes que pasáramos por el Observatorio Vulcanológico de Ingeominas en Manizales con la esperanza que pudiéramos ver algo del monitoreo que se hace desde allí al volcán.

Foto Jorge Manrique Grisales

Eran cerca de las 6:30 de la tarde cuando parqueamos el vehículo frente al edificio blanco de Observatorio Vulcanológico. Nos bajamos del vehículo y les pedí a los muchachos que esperaran a ver qué se podía hacer, pues no teníamos cita previa.

El vigilante hizo las consultas del caso con el coordinador de turno. Después de varias llamadas aceptaron que 13 estudiantes y su profesor ingresaran a uno de los laboratorios vulcanológicos más completos del mundo.

Adentro del edificio la juventud rebosaba. Estudiantes de Geología de la Universidad de Caldas monitoreaban a cada minuto el volcán. En sus manos estaba el poder de activar una alarma de evacuación en poblaciones y asentamientos humanos de al menos tres departamentos. El protocolo estaba escrito y fijado en un lugar visible para todos.

Mientras explicaban la sofisticada tecnología de la sala de cuidados intensivos que le mide el pulso al viejo volcán que toce fuego desde hace unos dos millones de años, se produjo un temblor con epicentro en el municipio de Toro, en el Valle del Cauca. La cámara fotográfica de Daniel Sánchez se activó a la velocidad del rayo y en uno de los sismógrafos captó el momento. Tuvimos la oportunidad de ver como se conecta todo el sistema de Ingeominas para reportar el suceso.

Ya es de noche y el cansancio hace mella en los viajeros que se suben nuevamente al vehículo quizá con la ilusión de dormir hasta Cali. Pero nuevamente les digo que vamos a pasar por la orilla del río Chinchiná, otro de los afluentes que se hinchó con la furia del Ruiz y que causó cerca de tres mil muertos en este municipio cercano a Manizales. Entonces nuevamente la mirada se puso en alerta. Cuando termina el descenso, se recorre un terreno plano adyacente al hoy manso cauce del Chinchiná. Paramos un momento sobre el reconstruido puente que hace treinta años fue arrancado de cuajo por la fuerza de la avalancha. “Por aquí también pasó la bestia”, les dije mostrándoles a la luz de la luna el cañón labrado por el desastre. Una parada más para comer y ahí sí directo hasta Cali.

Rebobinando la película

En las dos semanas siguientes se hizo un largo procesamientos de la información en el tiempo de la clase y por fuera de ella. Había mucho material. Se fueron perfilando las historias y las piezas multimediales que harían parte del reportaje.

Foto Jorge Manrique-Grisales

En una fotografía de la piedra de Armero, a la que popularmente llaman “la asesina”, quedó plasmado el número celular de Luz García, cuya mamá y otros familiares quedaron enterrados en la casa paterna. Le marcamos inmediatamente y ella le contestó a Violeta González. Se puso el teléfono en altavoz y todos escuchamos una conversación sentida y que por momentos cortaba el aliento. Algunos preguntaron mientras que otros permanecieron en silencio procesando las imágenes de la tragedia que la escritora describía con lujo de detalles.

De la conversación con Luz García, supimos que tenía un hermano que vivía en Cali, Omar García. Lo contactamos inmediatamente y yo mismo me encargué de recogerlo para que nos acompañara en la clase siguiente.

Omar García describió el drama de su familia, el último abrazo de su mamá y la tierna historia su sobrino que murió en Armero con un uniforme del Deportivo Cali que su tío le regaló cuando lo visitó en ese noviembre en la Sultana del Valle. Por momentos el pecho se cerraba escuchándolo, pero había que terminar la tarea. Los tres estudiantes de psicología se lo llevaron aparte y trabajaron con él el enfoque de duelo que estaban investigando para el reportaje.

Hora del cierre

A medida que se aproximaba la hora del cierre iba subiendo la tensión en el grupo. Había que completar los datos y confrontar las observaciones hechas en el terreno. El tiempo de clase no era suficiente. Los fines de semana se llenaron de trabajo. Fuimos con el diseñador Daniel Sánchez a la última reunión de coordinación con El Espectador. Afortunadamente, el trabajo tuvo un alto grado de aceptación, pero no podíamos bajar la guardia.

Corrección tras corrección hasta que todo quedara perfecto. Decidimos entonces hacer una exposición fotográfica y comenzó la ardua tarea de curaduría de las miles de fotos que tomamos en dos días entre Armero, el páramo de Letras, Manizales y Chinchiná. Fue trabajo adicional, pero valió la pena.

El jueves 5 de noviembre a las tres de la tarde recibí un mensaje de Whatssapp con el siguiente link: http://www.elespectador.com/static_specials/14/armero/index.html . Al abrirlo comprobé que el especial estaba al aire. Como estábamos en clase de Periodismo Electrónico, todos comenzamos a revisar minuciosamente. Algunos pillaron pequeños errores de digitación y en línea directa con Catalina González se hicieron esas últimas correcciones.

Durante los días siguientes movilizamos por redes sociales el especial sobre los 30 años de la tragedia natural más grande que ha sacudido a Colombia en toda su historia. Aparecieron sobrevivientes de Armero de varias partes del mundo compartiéndonos sus historias o también cuestionando cosas que se dijeron en el informe. El caso es que Armero revivió en las voces que se comunicaron con nosotros y que aún siguen haciéndolo en la página https://www.facebook.com/armero30/  … Vimos entonces que valió la pena hacer periodismo para que la memoria no muera.

Conozca el proyecto multimedia Armero, ecos de una tragedia

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